Ayer soñé contigo

Eras manos y un autobús,

Eras escuela de teatro y hojas tan verdes pasando rápidamente por la ventana

 

Y tus pestañas. 

Eras tus ojos hacia abajo mirando apenas

     tu dedo en mi dedo y silencio 

Y eras yo mirando tu boca, eras tu boca  

Y el aleteo de cien pájaros.

 Amanecí rota. Brillaba el sol y estaba yo ahí, en añicos. Tuve que armarme de nuevo, me faltaban partes y me las inventé. Quedé decente, salí al mundo.

 Esto es natural, me dijo. 

Tiemblo en sueños 

Tiemblo porque adentro

se rompen nervios

y veo mi salvia 

anegada en ese silencio vegetal 

Y la hierba que busca 

cualquier sol

abriéndose paso entre mis grietas.

No tiembles, verdugo,

Si el reflejo de tu mano es metálico 

Si notas, después de hoy, 

Que el papel de tu piel muta esdrújula 

Y terminas por desconocerlo, 

Y en significante imaginado

Te implora arrancarlo y rasgarlo

Siembra la duda en tu esqueleto de hiel

Recordándole la carne que eres,

La sangre que pulsa.

Reconócete en su rostro. 

Su rostro sin rostro 

Tu rostro. 

He memorizado todos los diálogos:

voy a representarme fielmente

a imitar cada uno de mis gestos

a hablar con singular cordialidad

justo como lo hago siempre

He decidido ser

como yo

en todo sentido

Ayer te soñó.

Hoy soñé una escultura de una oreja

Estás en dos parques, 

En este cielo y esta nube

Tu mano sube mis dedos

En escalada

La mía tiembla y es un pájaro

Temeroso
Es una flor y el muérdago que la consume
Es una piña pudriéndose mientras nos besamos en una banca.
Mi mano es tu mano
Descansando en mi pecho
Confiscándole lo poco que le queda de día.

No veo nada mientras camino entre mis árboles
Creo que hay sonido de playas creo que hay sonido de viento.

Está primero esta flor de nada,
           Que tiende a dónde
que florece en dónde,

Artilugio de tu palabra
       Creciendo
            para enredarse en mis rodillas
Como una hiedra suave
De brotes verdes tan tiernos.

Está primero el misterio de tu piel
repleta de las constelaciones
 que te dibujaba mi lengua
                          en esa locura zodiacal
                           posesa de sinsentidos

Y ahora la enseñanza de tu cuerpo
De tu cuerpo en mi cuerpo
De tu cuerpo en mi cuerpo
             El recordatorio constante
De tu cuerpo en mi cuerpo.





                     

La sustancia primigenia de la sangre

Hace arreglos

Y tiembla su música antigua. 

Baila el sol en su regazo

Un compás negro
Que desconozco del todo

Yo prefiero buscarle ahora, 

A través de este océano de hierro,

Porque le sé allá en la noche
Y su aliento lo presiento dulcísimo

Mil duraznos
Mil hiedras
Volcándose temerosas
A mis ojos en la distancia.

Los ausentes

Tu país no te recuerda

Ínfimo, pequeñito, cosa de nada

Disolviéndose en silencio.

Quédate de mí

Suavemente
Prendado
en mi memoria:
Rezo de soles estáticos
De una niebla que no disipa el mediodía

Meridiano sabor a hierro
Que mata y muere
Con el mismo clavo
En la misma cuenca

Sé ciento abriéndose
En los brazos vacíos
De mil madres
En la lápida sin nombre
Todos los nombres
Todos los cielos

No voy a nombrarte
Negaré tu presencia:
La nota roja en la orilla de mi ojo
El sutil olor
              A soplo
              A húmedo

Voy a obviarte hasta el cansancio

Hasta que mi palma flaquee

              De tanto pretender no verte

          Hasta que sea improbable
          Ocultarle tu cuerpo
          A mi cuerpo
Y te presentes entero
   En la última hora del último día.

No eres noche de mi noche
        ni suplico
 el alba en tus ojos.

Hoy te niego
                     y es rotundo
ese no almibarado
de tus labios en mis labios
                 insecto de azulados resplandores.

                           

Minuta de una tarde perdida

Y abrió sus ojos
cuando el puerto y las olas
se enredaban.

También abierto
su pecho al cielo.